Es lunes, el cuarto día de Mincha en mi
casa. Come mal, y eso que me dijeron que “es una comilona”. Al mínimo ruido
deja de comer y sale al pasillo a ver. Vuelve enseguida, pero para dar dos o
tres bocados, ronchando la comida seca. Está claro: Tengo que dejar la comida
todo el día y toda la noche a su disposición, al igual que el agua.
Sigue prefiriendo echarse o esconderse
tras el sofá, en el suelo, en lugar de cualquier otro sitio más cómodo y
confortable.
Por la noche, se acerca a mi en el sofá,
se medio acomoda en mi regazo y comienza a amasarme el jersey. Lo tomo como un
signo de confianza, de adaptación. Afortunadamente el día antes la había
cortado todas las uñas.
Pasa parte de la noche agazapada en un rincón
de la habitación, bajo mi cama. Luego se va tras el sofá del comedor.
Mincha en su comedero. |
Al levantarme la voy a cambiar la tierra
higiénica. Observo cuatro o cinco cagalitas;
pero sólo dos pequeños montoncitos de tierra húmeda. No me extraña. Bebe sólo
medio bol de agua al día. Pero debería mear todos los días, no cada dos días.
Comienzo a pensar que la mitad de las veces que maúlla no es para llamar a su
hermana, sino al querer orinar y no poder.
¿Tenía dificultades al orinar antes de
venir a mi casa?
¿Debo preocuparme, consultar a un
veterinario?.
¿O esperar a que se termine de adaptar a
su nuevo hogar?.
Por la tarde la veo brincar y correr por
el pasillo, lo cual me alegra mucho. Ello significa que va cogiendo confianza,
que se va haciendo a la casa.
Sin embargo sigue pasando la noche tras
el sofá, en el suelo, en lugar de hacerlo encima del sofá, en su cuna o a los
pies de mi cama.
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