Ayer recibí
un correo electrónico con un adjunto, un documento en el que se autoriza por
parte de la Asociación Felina
Madrileña el cambio de propietario. Llevé el documento a la clínica
veterinaria, tal como me indicaron en el email, y pasé a ser propietario de
Sofy. Al parecer es un simple trámite administrativo por el que un gato, tras
ser adoptado, y comprobadas las condiciones de vida en el hogar del adoptante,
pasa a ser propiedad.
A vuelta de
correo indiqué a Madrid Felina que me mandaran los papeles que firmé al adoptar
a Sofy. Me los mandaron sin tardanza. Durante año y medio Sofy había sido una
gata “sin papeles”, exceptuando la cartilla de vacunaciones.
Sofy durmiendo con un ojo abierto. No. Con los dos abiertos |
Cuando se
pone patas arriba una casa por limpieza, Sofy algunas veces opta por incordiar y
entorpecer las labores, pero mayoritariamente opta por esconderse debajo de alguna
cama y esperar que en el resto de la casa vuelva la tranquilidad. Eso ha hecho
hoy. Pero con tan mala suerte que la habitación se cerró estando Sofy dentro.
Dos horas más
tarde me extraño que no haya aparecido por mi escritorio a “incordiar”. La
busco. No la encuentro. Tengo prisa por salir de casa, pues me pueden cerrar la
tienda, pero quiero localizar antes a Sofy.
La llamo.
Nada...
Tras un buen
rato observo una puerta cerrada y pienso que puede estar dentro.
Abro...
Efectivamente
allí estaba, encima de la cama, agazapada, mirando la puerta.
Enseguida
sale para corretear por el pasillo.
Raro, muy
raro…
¿Por qué no
maulló para que la abriera?.
Mysy, mi
anterior mascota, lo habría hecho, habría maullado sin parar hasta que la
hubieran abierto la puerta, salvo que aprovechase para echarse un prolongado
sueño.
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