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sábado, 19 de mayo de 2012

Pelotas de goma, el juguete predilecto.


En cuanto me oye levantar de la cama se acerca corriendo y entra maullando en el dormitorio.
La limpio el bol de comida, casi vacío, y el de agua; y tras llenárselos la observo mientras come. Tiene apetito. Se sienta sobre sus patas traseras y está un buen rato ronchando el pienso seco. Por primera vez come tranquila, sin distracciones, sin miedos ni sobresaltos. Luego bebe durante unos veinte segundos. Todo ello me indica que se está adaptando bien y deprisa.
Cuando voy a la cocina me sigue maullando y se acerca al frigorífico. Sabe de dentro tengo lonchas de pavo. La doy una, en trocitos, y lo devora como si no acabara de comer su pienso.

Mincha transportando la pelota de goma.

Mi hermano se empeña en que la tire una pelota para que juegue. Le digo que las pelotas de goma, muy blanditas y de colores llamativos, las tengo reservadas para más adelante, cuando se aburra de jugar con los ratones. Pero no me hace caso y la tira una. Al ver botar la pelota se lanza hacia ella y la golpea con las patas delanteras una y otra vez, a la vez que corre por todo el comedor tras ella. ¡Todo un espectáculo!. Hacía ya siete u ocho años que mi anterior mascota, Mysy, ya no jugaba con las pelotas.

Al día siguiente pude contemplar, asombrado, que cuando se cansaba de jugar con la pelota la cogía con la boca, mordiéndola, y se la llevaba debajo de la mesa del comedor.
Digo que me asombró porque Mysy, mi anterior mascota, tardó mucho tiempo en darse cuenta que una pelota se podía transportar con la boca: Cuando la pelota dejaba de botar y de moverse, Mysy venía maullado a mí para que se la lanzara de nuevo. En ese sentido Mincha es más independiente al jugar sola, salvo que se la pierda la pelota, en cuyo caso, por extraño que parezca, no me pide que se la busque.

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