Últimos
días de octubre. Me topo con una conocida que tiene un gato enfermo, Leo. Me
dice que en la ciudad hay una nueva clínica veterinaria cuya dueña es experta
en gatos. Al día siguiente me facilita la dirección y me pongo en contacto con
la clínica. Deseo una segunda opinión sobre la supuesta alergia de Sofy.
Una vez
más en cuanto ve la jaula de transporte huye, se esconde. Cuesta más de quince
minutos localizarla y encerrarla. Junto con un amigo la llevo a la nueva
clínica veterinaria. Nos hacen pasar a una habitación “para gatos” y esperamos
un poco.
La veterinaria y una ayudante la examinan y la auscultan. Tras casi una hora de charla con
la veterinaria tengo las cosas algo más claras, como que los granos en barbilla y cuello que tenía y que no ha vuelto a tener era
acné felino, algo frecuente que no tiene que ver con alergias.
Sofy bostezando tras una siesta. |
También
me dice que el estrés de los gatos es distinto al de los humanos, más delicado
y de más difícil tratamiento. Me indica que cualquier cambio en su rutina les
produce estrés, como un cambio de casa, otro animal en el hogar, un cambio de
comida, o simplemente un cambio de muebles. Me recomienda para combatirlo un
dosificador de feromonas.
El objetivo es que no se lame (asee) tan frecuentemente, evitando zonas de la piel enrojecidas y con peligro de infección.
También me recomienda cambiar de pienso, darla otro más rico en proteínas y que refuerce la fina y delicada piel de un gato.
En
lugar del tratamiento con Urbasón y Ciclosporina, me recomienda una inyección
de efecto retardado que dura 10 días. Acepto. Me indica que a diferencia de
otras, la inyección es intracutánea, no bajo la piel, y por ello la dolería
algo. La sujeta bien mientras la ayudante clava la aguja e inyecta el líquido.
Sofy ni se inmutó, lo que las sorprendió bastante.
Salgo
de la clínica con el dosificador de feromonas y el nuevo pienso.
Y a
volver a los diez días para revisión.
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