Mediados
de noviembre. Viernes. Cinco de la tarde. Coincido en el portal con un vecinito
de unos 7 años de edad. Le invito a ver al gato, a Sofy. Deja la mochila en su
casa y se acerca conmigo a la puerta. Abro. Sofy enseguida sale al pequeño
hall, como siempre. Pero esta vez no se da vueltas y revolcones por el suelo
del hall. Al ver al niño se frena, le mira, se le acerca, le huele los zapatos,
para finalmente entrar corriendo en casa y desaparecer.
¿No estará incómoda sobre tanto papel? |
Es la
primera vez en nueve meses que Sofy ve a un niño. Pero, tras unos segundos de
duda y curiosidad, ha hecho lo mismo que cuando nos visita un adulto: Huir y
esconderse.
Entramos
en casa y buscamos a Sofy. No aparecía por ningún sitio. Aparté el sofá del
comedor y allí estaba, escondida tras el sofá.
Una vez
descubierta no tardó en vencer el miedo al intruso y saltó a su rincón del
sofá. Me senté a su lado y le indiqué al niño que se acercara despacio y que la
podía acariciar sin ningún miedo, pues no arañaba ni mordía. Y así lo hizo.
Tras unos
diez o quince minutos acariciando el pelo del gato de vez en cuando, su
atención se desvió hacia una pequeña colección de rompecabezas de madera que se
veían tras la vitrina del mueble bar. Pero esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario