Hace un calor
espantoso, pero debo llevar a Sofy al veterinario. Mi hermano nos acompaña. La
veterinaria la observa atentamente las heridas del cuello y la pata semipelada,
mientras la digo que se muerde menos la pata pero que se la ha extendido más.
Me dice que la infección parece ya curada.
Me pregunta por el peso de Sofy y a
continuación me receta unas pastillas para quitarla la picazón. ¡Son
minúsculas!. Y encima se las tengo que partir en dos, pues debo darla media
cada 12 horas.
En la misma clínica compro algunas latillas de paté para gatos:
Media pastilla de medicamento bien mezclada con el paté es algo que no suele
fallar en la medicación de un gato.
Cuatro días
medicándose y luego otra vez a volver a revisión.
Sofy aposentada sobre mi cartera de trabajo. ¿Estará cómoda? |
Pasan los cuatro días. Parece haber
recuperado casi todo el pelo. Pero hay pequeñas zonas en ambas patas delanteras
que indican la no curación completa.
Llegamos a la
clínica a las 17,05, creyendo ser los primeros. No lo éramos. Por cinco
minutos, desgraciadamente, nos habían adelantado. Y digo desgraciadamente, no
porque tuviéramos que esperar algo, sino porque había habido una urgencia: Un
gatito de no más de tres meses estaba siendo atendido por un severo mordisco de
un perro.
Otro
veterinario atendió a Sofy. Como las dos veces anteriores, a Sofy no la gustó
nada que la atusaran por todo el cuerpo para buscarla posibles anomalías en la
piel. Intentó zafarse, pero acordé con su personalidad no bufó ni sacó las
uñas.
Finalmente el “vete”
la puso una inyección bajo la piel y me recetó otras pastillas, distintas de
las anteriores, para que en tres o cuatro días se la terminase de curar el
picor.
En otra habitación seguían atendiendo al gatito. ¡Ojala que en poco
tiempo esté ya bien!. Recordé una frase referente a
los gatos: “También toleran en gran medida el dolor, debido a un elevado número
de endorfinas que generan cuando les son necesarias”.
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