En la entrada titulada
“Sofy pide ayuda” ya indiqué que, aunque al principio resulta difícil de
distinguir para los oídos de un humano, los gatos modulan sus “miaus” de forma
diferente para comunicarse con nosotros, dependiendo de lo que nos quieran
transmitir. Así, Sofy me modula claramente el mensaje “Ayúdame, que yo sola no
puedo”, cuando la apetece “esconderse” en alguna habitación y se encuentra la
puerta cerrada.
En la entrada posterior
titulada “Sofy se ha vuelto habladora” indicaba un maullar repetido e
insistente, en tono alto y rápido, para exigir comida de la buena; o un maullar
tres o cuatro veces, con tono medio y cortado, después de escarbar en la tierra,
para pedirme que limpiara la bandeja higiénica; o un maullar con largas pautas
y tono quejoso, pidiéndome ayuda para encontrar la pelota con la que quiere
jugar.
Pero nunca hasta hoy la
había oído maullar tan fuerte y por tanto tiempo. Más que un maullido era un
grito de angustia, de miedo, de terror…

Llego a casa tras tomar
un café con un amigo. Abro la puerta.
Sofy sale a dar un paseo por el rellano. No me preocupo, pues tras su paseo
fuera de la vivienda se mete nuevamente en casa; o al mínimo ruido entra
corriendo.
Pero hoy la escalera
estaba muy silenciosa, demasiado. Veo que Sofy baja uno, dos, hasta tres
peldaños de la escalera. Sigo sin preocuparme. Ya lo ha hecho más veces. Entro
en la cocina y dejo las cosas. Luego salgo a buscar a Sofy, dejando la puerta
abierta. Al asomarme por la escalera veo que ha bajado ya el primer tramo, ha
dado la vuelta y se dirige al rellano del primer piso. ¡Ha llegado demasiado
lejos!
La llamo dos, tres
veces… No me responde. Me la imagino frente a la puerta del vecino de abajo,
queriendo entrar, creyendo que está frente a su casa. La vuelvo a llamar.
Comienza a maullar en un tono alto, angustiado. Unos vecinos bajan por las
escaleras, comentando que puede ser “el gato de Angel” al haberme oído
llamarlo. Me preguntan si me lo suben, si no araña. Sofy sigue maullando
angustiada. El vecino la atusa, la calma, la toma en brazos y la sube, mientras
comenta “Pues se deja coger bien”. Sofy ha dejado de maullar. La deposita en el
rellano del suelo y Sofy entra corriendo en su casa.
“La curiosidad mato al
gato”, es un dicho. En este caso la curiosidad de Sofy la ha dado un buen
susto, la ha puesto en una situación muy estresante y angustiosa. Me pregunto:
¿La volverá a pasar?, ¿se acordará de ello cuando vuelva a salir al rellano?,
¿o mejor que sea yo quien no la deje salir para evitar males mayores?
A mi anterior mascota,
Mysy, la ocurrió lo mismo dos veces durante su primer año de vida. La primera
vez subió hasta un quinto y último piso; la segunda vez bajó hasta los
trasteros. Pero luego no se repitió la situación en casi otros veinte años. Se
ve que aprendió la lección, controlando su curiosidad.
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