Fui a comprar
comida para Sofy, un saco de pienso para gatos de unos 5 kilos de peso.
De regreso,
la bolsa de plástico que contenía el
saco comenzó a rasgarse por las asas.
Afortunadamente
ya estaba muy cerca de casa.
Al llegar al
portal de la vivienda coincidí con la vecina que tenía como mascota un perro,
como ya he comentado en otra entrada anterior.
Estaba
llamando al timbre para que la abrieran la puerta.
La pedí ayuda
con la bolsa y subimos en el ascensor, mientras que su familia abría la puerta
de su vivienda creyendo que subiría rápidamente los pocos peldaños que separaban
su vivienda del hall comunitario.
El perro salió de la casa a recibirla, y al no verla en el rellano y oírla hablar al salir del ascensor, corrió escaleras arriba a su encuentro.
Mientras el
perro subía, abrí la puerta de mi casa y Sofy apareció en la puerta del
comedor.
“¿Dónde te
dejo la bolsa?.
“Aquí mismo,
en la cocina. Muchas gracias.”
Mientras la
vecina entró en la cocina a dejar la bolsa, Sofy vino pausadamente hasta la
mitad del pasillo para recibirme y quizás, como otras tantas veces, salir al
descansillo y revolcarse un rato por el suelo.
Pero entonces,
al estar la puerta aún abierta, el perro entró en casa buscando a su dueña.
Sofy se paró,
emitió un bufido y dando media vuelta corrió hacia el comedor.
El perro, a
un metro escaso de Sofy, no se detuvo, y olvidándose de su dueña, corrió tras
el gato.
¿Ojos verde y azul? |
Sofy cruzó la
puerta del comedor y al llegar a la zona central saltó encima del respaldo del sofá,
asegurándose que estaba a cierta altura del suelo.
Antes de que
el perro llegara a los pies del sofá, una fuerte y certera orden de su dueña le
hizo pararse. Enseguida la dueña entró en el comedor y lo hizo salir.
Aparentemente se olvidó tan rápido de Sofy como se había olvidado, segundos antes, de su dueña, al entrar en casa y ver a
un gato.
Sofy estaba a
salvo. Pero el susto debió ser mayúsculo, pues por primera y única vez la oí
bufar. Además tenía la cola muy inflada, alcanzando una envergadura triple de
lo normal. No la he vuelto a oír bufar. Nunca más, por ahora.
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