Fue algo
raro, muy raro en Sofy.
Duró sólo
cuatro o cinco días.
Aún no sé
cómo catalogarlo, si algo negativo o muy negativo.
Siempre a la misma hora, sobre las
diez de la noche.
Sofy
despierta de su sueño en su rincón del sofá.
Bosteza, se
levanta y estira su cuerpo a lo largo, desperezándose.
Luego vuelve
la cabeza, avanza hacia mí y se detiene a medio camino.
Encorva el
lomo, haciendo un gesto como asustándose por algo.
El rabo le
tiene algo inflado, con un volumen doble de lo normal.
Da pequeños
brincos en mitad del sofá, sin dejar de mirarme.
No emite
ningún sonido, ni maulla, ni fufa, ni sisea.
Salta del
sofá al suelo, corretea unos segundos y luego vuelve al sofá dando un brinco,
para repetir frente a mí una danza que se me antoja de agresiva.
Lo repite dos
o tres veces en menos de un minuto.
Luego,
también de improviso, todo vuelve a la normalidad.
Busca la
pelota por los rincones, la encuentra, juega un rayo con ella y luego me la acerca donde
estoy sentado para que se la tire lejos y poder seguir jugando.
Sofy jugando con la pelota en el pasillo. |
¿Qué la
ocurrió en esos cuatro o cinco días?.
Al despertar
y no reconocerme, ¿me tomó como un intruso, un enemigo?.
Puede ser, es
la explicación más lógica y razonable.
Sofy, cansada de jugar, se tumba a descansar, con la pelota al fondo. |
A mi anterior
mascota, Mysy, también la sucedía algo parecido, también tenía su minuto de
locura. La sucedía casi todos los días, al despertar de su última siesta
diurna. Saltaba al suelo y corría como posesa por el pasillo, saltando,
utilizando las paredes como trampolines, llena de fuerza y energía, durante
algo menos de un minuto.
La diferencia
es que Mysy no me mostraba nunca una actitud desafiante, aparentemente
agresiva, encorvando el lomo e inflando el rabo.
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