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miércoles, 24 de junio de 2015

Sofy con el lomo encorvado y el rabo inflado



Fue algo raro, muy raro en Sofy.
Duró sólo cuatro o cinco días.
Aún no sé cómo catalogarlo, si algo negativo o muy negativo.
Siempre a la misma hora, sobre las diez de la noche.
Sofy despierta de su sueño en su rincón del sofá.
Bosteza, se levanta y estira su cuerpo a lo largo, desperezándose.
Luego vuelve la cabeza, avanza hacia mí y se detiene a medio camino.
Encorva el lomo, haciendo un gesto como asustándose por algo.
El rabo le tiene algo inflado, con un volumen doble de lo normal.
Da pequeños brincos en mitad del sofá, sin dejar de mirarme.
No emite ningún sonido, ni maulla, ni fufa, ni sisea.
Salta del sofá al suelo, corretea unos segundos y luego vuelve al sofá dando un brinco, para repetir frente a mí una danza que se me antoja de agresiva.
Lo repite dos o tres veces en menos de un minuto.
Luego, también de improviso, todo vuelve a la normalidad.
Busca la pelota por los rincones, la encuentra, juega un rayo con ella y luego me la acerca donde estoy sentado para que se la tire lejos y poder seguir jugando.

Sofy jugando con la pelota en el pasillo.
¿Qué la ocurrió en esos cuatro o cinco días?.
Al despertar y no reconocerme, ¿me tomó como un intruso, un enemigo?.
Puede ser, es la explicación más lógica y razonable.

Sofy, cansada de jugar, se tumba a descansar, con la pelota al fondo.
A mi anterior mascota, Mysy, también la sucedía algo parecido, también tenía su minuto de locura. La sucedía casi todos los días, al despertar de su última siesta diurna. Saltaba al suelo y corría como posesa por el pasillo, saltando, utilizando las paredes como trampolines, llena de fuerza y energía, durante algo menos de un minuto.
La diferencia es que Mysy no me mostraba nunca una actitud desafiante, aparentemente agresiva, encorvando el lomo e inflando el rabo.

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