Han
transcurrido unos días y la zona pelada
en su pata se ha hecho doble. La palpo y observo que la superficie pelada está
cubierta de pequeños bultitos, como granos. Además comienza a aparecer otra
pequeña zona en la otra pata.
¡Ya no espero
más!. Hay que llevarla al “vete”.
Armar la jaula
de transporte, compuesta de sólo tres piezas, es una odisea. Tienen que acoplar
perfectamente sus múltiples salientes.
Pero meter a
Sofy en la jaula es todavía peor. Se revuelve, se escapa, se agarra a todos los
sitios con sus zarpas para evitar la jaula. Pero al final lo consigo.
Por el camino
no para de maullar y sacar las patas delanteras por las rendijas. Soy el
primero en llegar a la clínica veterinaria. Afortunadamente hay un aparcamiento
libre en la misma puerta.
Dentro de una
pequeña habitación hay una mesa de metal. Abro la jaula. Sofy sale enseguida e
intenta escaparse. La agarro bien.
La joven
veterinaria me pregunta si sale de casa. La digo que no, que sospecho de hongos
por una planta de hierba que se me marchitó. Tras observarla las zonas afectadas, la toma una muestra de la
superficie de la piel y se va a otro cuarto.
La jaula transportín de Sofy. |
Sofy se
revuelve, se quiere escapar de mis manos. La meto en la jaula-transporte y
espero. A los veinte minutos vuelve la veterinaria para indicarme que descarta
los hongos y picaduras de insectos. Me pregunta si la he cambiado de
alimentación. “Sí, y lo come peor”. “Podría ser eso. Tiene una infección en la
piel y pérdida de pelo por mordidas”. La pone una inyección de antibióticos y
me da una caja de pequeñas pastillas, también antibióticos. Dos al día durante
una semana y volver para revisión, salvo que se ponga peor y tenga que volver
antes. Me pregunta qué tal se las podré dar. “Tengo ya experiencia. Se las
trituraré bien, se las echaré en su comida húmeda preferida y así espero
engañarla para que se las tome”.
La revisa las
uñas. Algunas las tiene ya largas. Me pide permiso para cortárselas y así lo
hace, no sin ayuda de otra compañera. “Cortarla las uñas una sola persona es
difícil.”, me dice.
La quiere
pesar, pero al cogerla en brazos para llevarla a la báscula aparece por el
pasillo un perro enorme y comienza a ladrar. Vuelve con Sofy al cuarto y pide
que retiren al perro. Luego la pesa y vuelve diciéndome: “Tres quilos y medio”.”
¡Sólo tres!, yo pensaba que pesaba unos cinco.”
Al salir había
en el hall una mujer con otro gato enjaulado. Lo miro y pregunto a la señora:
“¿Dos meses?”. “Es verdad. ¡Qué buen ojo tiene!”. Luego le pregunto al niño que
la acompañaba cómo se llamaba el gato. “Lio”, me contesta. “¿Lio?.¡Qué nombre
más raro!”, respondo.
Tras casi una
hora en la clínica, salí contento. Un trato agradable, un servicio eficaz y un
precio muy ajustado a los tiempos de crisis que corren.
Hola! Hace tiempo que no comentaba y me he estado poniendo al dia de las nuevas entradas. Nuestro gato cuando huele u oye el transportín da unos maullidos que parecen de ultratumba y tambien cuesta mucho pillarle, lo mejor es que sea sorpresa! El único susto que nos ha dado Lucky (el gato) fue que una vez se le quedó atragantado una astilla de pollo en el paladar y nos asustamos mucho porque él se hacía sangre al intentar sacársela con las patas... menos mal que el veterinario estaba cerca...No sé si lo del odio al transporín será innato en los gatos o que lo asocian a malos recuerdos.
ResponderEliminarHola. Decididamente es innato en los gatos odiar un trasportín, pues en él se sienten enjaulados, sin libertad de movimientos. No de asociarlo con algo malo. En tu caso no creo, pues podría asociarlo al tremendo alivio que sentiría cuando el veterinario le extrajo la astilla.
ResponderEliminarMi anterior mascota, Mysy, también huía y se escondía por todos los sitios para que no le metiésemos en la cesta de transporte.
En cuanto al maullido de ultratumba te invito, si no lo has hecho ya, a leer el post sobre "El idioma de los gatos".