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domingo, 5 de agosto de 2012

Sofy visita al veterinario



Han transcurrido unos días  y la zona pelada en su pata se ha hecho doble. La palpo y observo que la superficie pelada está cubierta de pequeños bultitos, como granos. Además comienza a aparecer otra pequeña zona en la otra pata.
¡Ya no espero más!. Hay que llevarla al “vete”.
Armar la jaula de transporte, compuesta de sólo tres piezas, es una odisea. Tienen que acoplar perfectamente sus múltiples salientes.
Pero meter a Sofy en la jaula es todavía peor. Se revuelve, se escapa, se agarra a todos los sitios con sus zarpas para evitar la jaula. Pero al final lo consigo.
Por el camino no para de maullar y sacar las patas delanteras por las rendijas. Soy el primero en llegar a la clínica veterinaria. Afortunadamente hay un aparcamiento libre en la misma puerta.
Dentro de una pequeña habitación hay una mesa de metal. Abro la jaula. Sofy sale enseguida e intenta escaparse. La agarro bien.
La joven veterinaria me pregunta si sale de casa. La digo que no, que sospecho de hongos por una planta de hierba que se me marchitó. Tras observarla las zonas afectadas, la toma una muestra de la superficie de la piel y se va a otro cuarto.
La jaula transportín de Sofy.

Sofy se revuelve, se quiere escapar de mis manos. La meto en la jaula-transporte y espero. A los veinte minutos vuelve la veterinaria para indicarme que descarta los hongos y picaduras de insectos. Me pregunta si la he cambiado de alimentación. “Sí, y lo come peor”. “Podría ser eso. Tiene una infección en la piel y pérdida de pelo por mordidas”. La pone una inyección de antibióticos y me da una caja de pequeñas pastillas, también antibióticos. Dos al día durante una semana y volver para revisión, salvo que se ponga peor y tenga que volver antes. Me pregunta qué tal se las podré dar. “Tengo ya experiencia. Se las trituraré bien, se las echaré en su comida húmeda preferida y así espero engañarla para que se las tome”.
La revisa las uñas. Algunas las tiene ya largas. Me pide permiso para cortárselas y así lo hace, no sin ayuda de otra compañera. “Cortarla las uñas una sola persona es difícil.”, me dice.
La quiere pesar, pero al cogerla en brazos para llevarla a la báscula aparece por el pasillo un perro enorme y comienza a ladrar. Vuelve con Sofy al cuarto y pide que retiren al perro. Luego la pesa y vuelve diciéndome: “Tres quilos y medio”.” ¡Sólo tres!, yo pensaba que pesaba unos cinco.”
Al salir había en el hall una mujer con otro gato enjaulado. Lo miro y pregunto a la señora: “¿Dos meses?”. “Es verdad. ¡Qué buen ojo tiene!”. Luego le pregunto al niño que la acompañaba cómo se llamaba el gato. “Lio”, me contesta. “¿Lio?.¡Qué nombre más raro!”, respondo.
Tras casi una hora en la clínica, salí contento. Un trato agradable, un servicio eficaz y un precio muy ajustado a los tiempos de crisis que corren.

2 comentarios:

  1. Hola! Hace tiempo que no comentaba y me he estado poniendo al dia de las nuevas entradas. Nuestro gato cuando huele u oye el transportín da unos maullidos que parecen de ultratumba y tambien cuesta mucho pillarle, lo mejor es que sea sorpresa! El único susto que nos ha dado Lucky (el gato) fue que una vez se le quedó atragantado una astilla de pollo en el paladar y nos asustamos mucho porque él se hacía sangre al intentar sacársela con las patas... menos mal que el veterinario estaba cerca...No sé si lo del odio al transporín será innato en los gatos o que lo asocian a malos recuerdos.

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  2. Hola. Decididamente es innato en los gatos odiar un trasportín, pues en él se sienten enjaulados, sin libertad de movimientos. No de asociarlo con algo malo. En tu caso no creo, pues podría asociarlo al tremendo alivio que sentiría cuando el veterinario le extrajo la astilla.
    Mi anterior mascota, Mysy, también huía y se escondía por todos los sitios para que no le metiésemos en la cesta de transporte.
    En cuanto al maullido de ultratumba te invito, si no lo has hecho ya, a leer el post sobre "El idioma de los gatos".

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