Obras en el pasillo de casa. Una
cómoda que sirve de zapatero estorba en el pequeño distribuidor. Se cambia de
lugar. Va a parar a un rincón del dormitorio, al lado de una silla.
Me voy a la cama, dejando la puerta
entreabierta. A los pocos minutos aparece Sofy. Yo aún no me he acostado.
Mientras yo estoy hecho polvo, ella está tan fresca. Se ha pasado más de la
mitad del día durmiendo. Supongo que tiene ganas de jugar un rato y la lanzo
una pelota.
Pero no. No va a por la pelota.
Enseguida detecta que en la habitación ha habido cambios. Enseguida se fija en
el nuevo mueble, en la cómoda del rincón. Se acerca a él y mueve varias veces
la cabeza de un lado a otro, como tanteando… Se para un rato y luego se aleja
del mueble.
Parece que va a buscar la pelota fuera
del dormitorio, por donde se la he arrojado, pero al llegar a la puerta da
media vuelta y se acerca a una silla. No tarda en brincar sobre la silla.
Estira el cuello, fijando sus ojos sobre el dintel de la cómoda. Parece medir
la distancia. En seguida salta y aterriza sobre el mueble, no sin tropezar ligeramente
con una de las dos figuras que lo adornan.
Sofy, atrapando las finas hojas del jarrón. |
Mi primera reacción es levantarme e intentar
echarla de allí para evitar que tirase al suelo alguna figura o el jarrón de
cristal con las flores de plástico.
Pero Sofy se revuelve y no quiere
saltar al suelo. Desisto, me siento en la cama y la observo. “¡A ver qué haces!”.
Las figuras, dos dragones cerámicos de
tamaño muy inferior a ella, no los tiene en cuenta. Pero enseguida se topa con
las verdes ramas que acompañan a las flores de plástico, ramas que desbordan el
jarrón y aterrizan en la superficie plana de la cómoda.
Intenta agarrar las ramas con la
zarpa. Se la escurren. Las muerde una y otra vez. Pero no se dejan atrapar. Son
muy finas.
Sofy, ¿a qué huelen las ramas? |
Por fin parece que una rama ha quedado
atrapada entre los dientes. Mueve la cabeza y, como era de suponer, el jarrón
también se mueve. Me levanto y la invito a saltar al suelo, esta vez sin
miramientos. Lo entiende, salta a la silla y desde ahí al suelo.
Pero antes de apagar la luz, vuelve
otra vez, salta a la silla, luego a la cómoda, y se enreda con las ramas que se
desbordan del jarrón. Las huele una y otra vez, pone gestos muy cómicos y
chocantes, intenta morderlas…
Desde ese su gran descubrimiento, es
muy raro el día que no repite una o dos veces el mismo protocolo. Sí, a veces
ha movido el jarrón, pero nunca lo ha tirado. ¡Toquemos madera!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario