Hace veinte años en la comunidad de vecinos había muchos niños. De vez en cuando algún
vecinito entraba en casa para ver a mi anterior mascota, Mysy, y si se dejaba,
acariciarla, lo cual ocurría de forma muy extraordinaria. Mysy huía de todos
los adultos, tras bufarles primero. Sin embargo se acercaba a los niños, les
olía y permanecía a corta distancia de ellos; pero eso sí, era muy raro que se
dejase tocar o acariciar.
Con el
tiempo aprendí a saber, con un 90% de seguridad, cuándo Mysy podía ser
acariciada por un “intruso” sin que buzara o enseñara las uñas y los dientes.
También debo añadir que con Mysy se cumplía lo de “perro ladrador, poco
mordedor”; pero, por si acaso, tenía buen cuidado para que no arañara a nadie
al verse importunada por la presencia de extraños.
Mysy enseñando los colmillos |
Sofy es
muy diferente en este sentido como ya he dicho en más de una ocasión. No bufa a
nadie, ni enseña las uñas o los dientes. Al contrario, se esconde y tarda
tiempo en aparecer de nuevo. Se deja coger y acariciar por todo el mundo,
aunque sea sólo un ratito.
Se
podría decir que no defiende su territorio, al contrario de la mayoría de los
felinos. Y eso me hace pensar que al no tener una plena identidad con su
territorio, dicha carencia la demuestre con el estrés que al parecer padece.
Es
decir, lo de “no hay mal que por bien no venga” se podría aplicar en este caso
a Sofy, pero al revés.
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