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martes, 18 de abril de 2017

Sofy haciendo equilibrios temerarios.



            Si hay algo que caracteriza a un gato es su temeridad. Son temerarios por naturaleza, que no valientes. Valentía es cuando una gata protege a sus cachorros de un depredador, enfrentándose a él aunque sea más grande y poderoso que ella. Todos conocemos algún caso en el que la mamá gata no deja acercarse a sus cachorritos a nadie, ni tan siquiera a los dueños de la casa en la que ha sido la mimada mascota durante años.
            Si se trata de defender el territorio, esa valentía ya no es incondicional. Depende del tamaño y el carácter del contrincante. Entonces se lo piensa. Y si el contrincante es más grande o de peor carácter, desaparece la valentía; y en el peor de los casos, si es algo temeraria, sufrirá las consecuencias de no haber medido bien las oportunidades de triunfo.
Pero sea gato o gata, en la mayoría de las ocasiones cotidianas, al no tener que defender ni a la prole ni al territorio, sobra la valentía y aparece la temeridad.
La temeridad es consecuencia directa de la curiosidad. “La curiosidad mató al gato”, indica acertadamente un dicho popular. Porque sean más o menos valientes o más o menos temerarios, lo cierto es que son tremendamente curiosos.
“Siete vidas tiene un gato”, indica otro dicho popular. ¡Menos mal!, porque debido a esa curiosidad extrema se meten en cada berenjenal que, en muchos casos, les hace perder alguna de esas vidas.
Pero no hace falta llegar al extremo de peligrar la vida por la temeridad consecuente con su curiosidad. Pueden caerse, romperse una pata, lastimarse una costilla, romperse la nariz, y un largo etcétera.
Lo de que "los gatos siempre caen de pie", no es siempre cierto. Depende de la altura, que debe ser considerable. Y a dicha altura, no romperse algo sí que sería más que milagroso.

Sofy buscando un apoyo para acceder al mueble.

Navidades pasadas. Sofy y yo fuimos a pasar unos días  a casa de un familiar. Un mueble bar con cristaleras transparentes. Tras los cristales figuras y demás adornos de colores brillantes, muy llamativos. Pronto Sofy se fijó en ellos. Se pasaba tiempo y tiempo parada frente al mueble. A veces movía ligeramente la cabeza de uno al otro lado, oteando. También a veces hacía ademán de querer brincar, pero desechaba el salto. No había ninguna tarima intermedia para poder acercarse a las figuras tras el cristal.
Pero la curiosidad es la curiosidad. Al lado del mueble bar estaba una mesa para la televisión, y además relativamente cerca del mueble que incitaba su curiosidad. Saltó sobre la mesa, esquivó como pudo la televisión y empezó a hacer arriesgados equilibrios para acercarse a las vitrinas que contenían las atractivas figuras.

Sofy, en una posición muy comprometida.

Afortunadamente tenía la cámara de fotos a mano. Durante un par de minutos nos hizo sonreír a todos los presentes y reír a algunos. No llegó más lejos de lo que muestran las fotos que la saqué. Tras varios intentos por alcanzar la vitrina, tras numerosos y temerarios equilibrios, cesó en el intento. Al menos no se cayó al suelo. Claro, que, si se llega a caer de menos de un metro de altura, aunque se hubiera hecho daño, hubiera vuelto a saltar. ¡Faltaría más!

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